A la memoria de mi hermano Carlos Felipe
Casi amanece, bien podrían ser las tres o cuatro de la mañana. Al igual, para la guitarra no hay afán de tiempo. En su fino estuche, cobijada por el suave terciopelo del interior, solo espera que su dueño, el virtuoso, venga en cualquier momento a rescatarla de su encierro. Alerta, con la alegría guardada en su caja de resonancia, pone en aviso al diapasón, al clavijero, los trastes y las cuerdas. Deben estar preparados, el intérprete llega. Se escuchan pasos cercanos; en cualquier momento se abrirá el estuche y vendrá como de continuo el gozo de entregarse a sus manos para el encuentro sublime con la música.
Pero no, los pasos vienen, van, se alejan presurosos pero no se detienen. Habrá que esperar como en contadas ocasiones a que el virtuoso regrese. Nunca ha faltado a la cita. Han sido muchos años de comunión continua. Por la guitarra materna se ha enterado que siendo él un niño, su madre también guitarrista, inició su manita al aprendizaje de las notas, los acordes las cuerdas y el rasgueo. De ahí nació su amor por ella, la guitarra que lo llevó a través de la vida hasta convertirlo en un riguroso intérprete de la música clásica.
Se demora en llegar, es cierto y mientras llega, es mejor seguir recordando. Si la música clásica fue su pasión, supo con igual maestría interpretar el repertorio de música ligera y popular. Llevó alegría a las fiestas familiares y sociales. En memoria de ello, allí, a pocos pasos en la misma habitación, está colgada su capa de Tuno. Qué grato es devolverse en el tiempo y recordar como juntos, guitarra y estudiante, se perdían en la noche festiva para integrar la tuna universitaria. Cuántas serenatas cuántos balcones abiertos y cuántas cintas puestas en la capa.
La mañana avanza, empieza la inquietud. El atril como ella también aguarda ansioso, con sus partituras abiertas, mil veces estudiadas. Es la música de Moreno Torroba, Fernando Sor, Albenis, Tárrega y otros compositores de quienes él en riguroso estudio siguió la huella.
El silencio es total. La guitarra no quiere más recuerdos. Ya es tarde, casi noche y el virtuoso no llega. La guitarra entristece y sus cuerdas afloja, ya es en vano esperar, ella lo sabe, lo ha venido presintiendo. Intuye que nunca más vendrá. Otras manos ajenas llegarán a tocarla, otras notas extrañas de sus cuerdas saldrán, pero la resonancia de conciertos alados a manos del virtuoso en su caja acústica por siempre quedarán.
La guitarra llora, llora la guitarra… y si ella lo hace ,como no hacerlo yo si soy la hermana
Diana de los Ángeles Torres de Ospina
Marzo de 2015